domingo, 3 de enero de 2010

Soledad de una página en blanco

Encontré su libro, España República de trabajadores, en una librería callejera en el centro de Madrid. El propio título pretende ser irónico. Me sorprendió que su primera edición en castellano fuese en 1932 y la segunda en 1976. Bueno, no me sorprendió tanto... Por lo visto está difícil conseguir sus libros. El caso es que por cinco euros me llevé la visión que tenía de España un ruso que la recorrió hace setenta años. Tras unas pocas páginas me alcanzaron la curiosidad del autor, su incomprensión... El ruso en realidad era ucraniano y se llamaba Iliá Ehrenburg. Hablaba de Goya, de Lorca, de Cervantes, de la Mezquita de Córdoba...

Su vida parece una película: en 1905, a los catorce años, participó en la revolución a través del movimiento estudiantil de la Universidad de Moscú. Tras el fracaso del intento revolucionario, en 1908 emigra a París, donde traba amistad con Picasso, Apollinaire o Fernand Léger, quien por sí sólo merece un capítulo aparte. En estos años, se forma en un ambiente particularmente enriquecedor: las vanguardias, las bellas artes, los grandes nombres de la época, la belle epoque...

Durante la Primera Guerra Mundial trabaja como corresponsal en el frente y tras el ascenso de los bolcheviques y la salida de Rusia de la guerra, regresa a Kiev, donde imparte clases e interactúa con la nueva intelligentsia socialista. Tras ciertas desavenencias con el régimen y los métodos empleados en el progreso de la URSS, se exilia en París, de donde es expulsado. Se ve obligado a vivir en Berlín y en Brusselas, para finalmente volver a afincarse en París, a partir de 1925.

Recorre España en 1931 y 1932, y vuelve durante la guerra civil como corresponsal para Izvestia, donde coincide con Hemingway, Dos Passos, Machado y el resto de los corresponsales e intelectuales que trabajaban en el bando republicano. Durante la guerra civil trata de movilizar a la URSS para apoyar a la República. Así se refiere a la situación en los años treinta en sus memorias: En la Europa de los años treinta, inquieta y humillada, era difícil respirar. El fascismo avanzaba, y avanzaba impunemente. Cada estado, y también cada persona, soñaba salvarse individualmente, salvarse a cualquier precio, guardando silencio, pagando un rescate. (...) Pero hubo de pronto un pueblo que aceptó el reto. No se salvó a sí mismo ni salvó a Europa, pero si para la gente de mi generación queda algún sentido a las palabras "dignidad humana" es gracias a España. Se convirtió en aire, con ella respiramos.


Tras la proclamación de la II República Española, Ehrenburg viaja por España y la analiza, a pesar de que, como advierte en la primera línea de su libro: este es un libro escrito por un ruso para rusos. Recorre Madrid sin dejar de sorprenderse con las costumbres, los horarios, los rascacielos, la pobreza. También visita Málaga, tras las quemas de conventos; las Hurdes, cuando se entera de la extrema pobreza de la mayoria de los habitantes de la zona; Sevilla, Jerez, donde describe el negocio del alcohol y a los señoritos; Córdoba, Granada, Extremadura, Murcia, y por supuesto, Barcelona.

En cada uno de estos sitios encuentra pobreza y opulencia, anarquismo y catolicismo, amor y odio, placer y dolor. Se topa con todo aquello que somos y que fuimos, con nuestro orgullo, nuestra estupidez, nuestras envidias y nuestras pasiones. Trata con ironía aquello que ve y refleja a través de conversaciones con paisanos el pensar general de la época y la forma de ser de siempre.

A modo de ejemplo: Al lado de los franceses, los españoles parecen unos primitivos, a pesar de todo el fausto de su historia (...) Desde luego no tienen nada de niños, no; son ya personas mayores. No son perfumes con pantalones, ni maniquíes en las galerías. Insisto en la integridad corpórea del material. En la misma naturaleza puede comprobarse. Aquí, los montes son verdaderos montes, y las sierras verdaderas sierras. Otro tanto puede decirse de la mesa española. La cocina española no presume del arte del condimento, presume de la calidad de sus productos: un pan virginalmente blanco, un vino fuerte, cordero, pescado... Tal vez, los reveses del Estado español tengan en parte su explicación precisamente en esta integridad de los ingredientes. Aquí, el hombre es demasiado hombre.

Durante la II Guerra Mundial lidera grupos de propaganda antinazi, con gran éxito. Hasta ese periodo habí elaborado progresivamente una serie de textos que serían sus memorias incompletas, interrumpidas al declararse la guerra entre Alemania y la URSS. Tras 1946, Ehrenburg viaja por el mundo como representante de la URSS y como miembro del Soviet Supremo. Escapa a las purgas y tras la muerte de Stalin lucha por rehabilitar a sus amigos caídos en desgracia. Además, por ésa época escribe El deshielo(1954).

Sobre él se ha dicho mucho: espía soviético, agitador político, oportunista, estalinista, liberal,... Lo que queda para saber aquello que en realidad fue, sintió y pensó este hombre del mundo son, sus libros, sus actos y su propia vida.

3 comentarios:

  1. A tener en cuenta. Solo que cada vez me cansa más el tema recurrente de la Guerra Civil y de la II República y de la II Guerra Mundial. Hay otros escenarios, otros personajes, otros momentos... por explorar y por contar.

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